Nos miraba la tarde enternecida
y alargaba los cuerpos en la arena
y una lenta caricia de las olas
enlazaba tus huellas y las mías.
Era el sol un espía sonrojado
que jugaba a esconderse en los tejados
y mil luces bordaban la alameda
cuando el cielo bañábase de estrellas.
En tu espacio y el mío la ternura
y la brisa agitando los cabellos
y esa nula importancia de los tiempos
prolongando la magia de tus besos.
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