Yo conozco la guerra
Y ese rostro sin ojos y sin labios,
Esas ventanas muertas
Las conozco,...
Pablo Neruda.
Yo he visto en tierra tropical
La sangre arder.
Rubn Daro.
SIEMPRE SERA LA NOCHE.
Siempre ser la noche,
El silencio, cmplice conmigo;
Exacta realidad al contacto de mis manos.
La substancia resquebrajada de mi carne
Descalza en las tormentas del silencio.
Estoy lleno del intenso maullido de la historia,
Del sentido harapiento que emana;
Hiriendo con sus vagones retorcidos
La luz informe del alma
Que ya avanzada en su noche,
Traga el humo espeso de la vida.
Ah, los sangrientos sudores de la vida,
lanzando rfagas de bocas disfrazadas y enigmticos insomnios!
Parece que la vida
―en su desenvoltura incesante―
slo produce insoportablemente
Cortinas negras
Como esas que cuelgan
De las calaveras del infierno absoluto
Y del paroxismo dramtico de la muerte
Que conduce a ese tnel sangrante de la tierra.
Slo queda, entonces,
―entre la vida cotidiana
de lentas cenizas dolientes―
el silencio y la incertidumbre,
el minuto que adivina, enciende y apaga las esquirlas,
los intensos borbollones de la sangre
y los cirios de mltiples campanadas interiores.
DEBAJO DE MIS POROS.
Debajo de mis poros,
De la madera perdida
De mi cuerpo,
De mis libros cenicientos
―pero voluntariosamente existentes―
Quin me habla?
En la noche,
En el trasluz de las fotografas,
En los ruidos amarillos,
Sin memoria,
En el deseo insomne de la violencia,
En los momentos en que mi reloj queda vaco,
En los abismos en que naufrago,
En la cara de la noche esperando el milagro,
En mi red de cementerios,
Debajo de las ciudades,
Quin me habla?
Quin recoge la luz benigna de los mortales,
el borde jadeante de la espuma
o la piedra rutilante de la noche en que tropezamos,
asediados por la lucidez de las sombras?
El peso de la noche envuelta en poesa,
La poesa que anda descalza y herida,
El tren de la poesa envuelta en sombras
Para recibir
Un pedazo de luna
Y una mariposa de blsamos.
MORIR ENTRE LAS PUPILAS DEL SUEO.
Morir entre las pupilas del sueo.
Morir de sbito en la memoria
O si se quiere
(como suele decirse)
en cuerpo y alma.
Morir y el hasto de la carne en vilo
Como un reposo mudo de manteles
Junto a la obstinada
Uniformidad del llanto;
Rodeado de flores y moscardones trasnochados,
Que, ―entre las horas
Srdidas de la noche―
Se pudrirn silenciosamente
Igual que la carroa de la carne
Y los pensamientos.
Morir sin dejar conversaciones,
Apenas palabras sin huspedes, vacas,
Inmviles quiz, definitivamente.
Morir en los huesos de la angustia,
En las aceras nefastas de las estaciones
Frente a papeles de eternas pestaas,
En la tierra funeral del extravo
En el sagrado abismo de la epidermis.
Morir en el silencio completo de los vientos
Sin que nadie sepa
El hacia dnde finalmente.
Morir en el espejo vaco
De los fusilamientos, en el campo minado, en el bombardeo
Sin que nadie sangre los ocanos
Y la dura cicatriz de los dormidos.
Morir en los hirientes brazos de la guerra
Olvidando la ntima esencia:
Las brasas del rescoldo humano
Como surtidores del enigma humano.
Y el hmedo sueo del orgasmo en las sienes.
LLUVIA NOCTURNA DE GRILLOS.
Tiempo y muerte son los grillos
Que en el silencio,
En las cscaras secas del tiempo,
Emprenden su reparto
De flechas ciegas y monorrtmicas.
Su horror es largo y metlico
Como infinitos rieles lquidos
Destinados
Para desvencijadas locomotoras.
Sin embargo,
No me abato por la lluvia nocturna
De habituales semillas ttricas
Porque puede ms la espejeante vigilia
Que los signos enmascarados
De los cuervos
Cotidianos de las sombras.
Por eso cuando las horas caen
Y los perros se obstinan
En sus inocentes fantasmas,
En su uniforme de guardianes,
Me levanto entre los muertos
A ocupar el volumen
Peridico de mis sueos,
Abandonados en las radas
Impurezas del da.
AMANECER EN LOS ESRIALES MUERTOS.
Amanecer en los eriales muertos.
Amanecer en la tierra que agoniza,
En la fragua inclemente
De las hmedas devastaciones
Sin haber siquiera
Lluviosas nupcias de espigas
Que reflejen la memoria de los caminantes.
En cada hora germinan ciegas espinas:
Lumbres quebradas
Al galope de las flechas
Que mi mano trae
De las invernaciones de la noche.
Y es as que, acostumbrado al gemido,
A la tumba esculpiendo sus cadveres
La extensin del horizonte
Trnase vano desafo de espejismos.
Amanecer en los eriales muertos.
Amanecer siempre en el lmite de la noche.
Amanecer y no llegar,
Perder la batalla ante la roca
O la telaraa de los smbolos.
Arrancar mis manos
De los torrentes arbigos;
Su extensin olida de veinticuatro semillas
Ardiendo en el firmamento
De los ros
Que ebrios de trayectoria
Son el duro misterio del espacio.
De ste se desprenden
Chorros de pjaros descarnados
Aprendiendo el conjuro
De gargantas funestas,
Anidadas en la vegetacin humana.
Esto es posible, tal vez,
Por el crepsculo febril de mis sentidos
Que recibieron el espejeo
De la msica sonmbula;
Oyeron los tropeles amarillos de las lenguas;
Captaron la negritud
De los caballos del crepsculo
Y el tono eruptivo de volcanes.
Ha sabido mi voz andar entre los muertos,
Recoger las arrugas del vaco,
La voz de la fatiga
Que se oculta o emerge
De las sienes,
Hasta no ser, sino inslita hazaa
Del amanecer de la tierra que agoniza.
LENTA PROCESION DE VIA CRUCIS.
El da transcurre como una lenta
Procesin de va crucis.
Desolados gritos y tenebrosas llagas
Trabajan el enigma
De los sepultureros:
De los espacios rotos
Que reciben la zozobra
Del aliento
Y los grafemas de descalzas ctaras.
El vuelo es fiero; el anhelo mltiple.
El dolor se traga los mltiples afanes
En los sordos fuegos
Que impetuosos
Devoran la esperma
Milagrosa del sueo.
Ninguna luz integra los retoos.
Nunca los sudarios han podido
―en su herencia y heridas espejeantes―
rodar en el invierno de las lucirnagas
y en el fulgor
derrochado de los astros.
La espesura de las nforas
Transcurre
Con una lluvia de piedras infinitas
Que la muerte anda en sus malezas:
Es un himno de ungidas viscocidades,
El que emerge de la conciencia,
Del pie de los murales,
De los tatuajes de la historia
Que atragantan la hojarasca de los poros.
PESADO RESPLANDOR DEL MEDIODIA.
Es el medioda
Con su pesado resplandor
De guerrero transparente
Hacinando los sudarios del follaje.
Sobre sus alas se retuercen las vidas
Sacudiendo sus crines indecibles;
Las gasas amarillas
Se anidan como pjaros
En la proa de polvorientas camisas
―que silenciosas en la piel―,
cargan la escarcha de las tribulaciones.
Los ros de la vida
Llegan a este punto;
Pero el vuelo los encabrita
Con sus encajes indecisos
De movedizas criptas.
La sangre es una espiga amenazante,
La sangre es una sinagoga de cuchillas.
La muerte alza su vanidad
Desde las montaas o las guarniciones.
La muerte lanza susurros
Con suntuosa armazn de alamedas.
Y trasciende sedienta
En los torrentes de la savia
Con un frutecer lquido
De mudas y enigmticas palabras.
El medioda cae y se levanta
Con sus poderes infinitos
De sordas campanas sazonadas
En las fronteras ocenicas del Universo.
Este medioda tiene el arraigo
Del tiempo del Principio,
El aliento sonmbulo de los alcoholes
Que las aves beben
En indecibles lmparas enmohecidas.
DIA Y NOCHE CABALGAN INDISOLUBLEMENTE.
Da y noche cabalgan indisolublemente
Como la muerte queriendo las vsceras,
Ungida de silencio y sordera.
Cmo decir que todas las cosas
estn agobiadamente desandadas,
sacudiendo las cenizas derruidas?
Esto es slo una interrogante
Tremendamente hueca y absurda.
Las cenizas y el holln
Has estado desde siempre
Golpeando las pupilas
Desprendidas de los huesos,
De la simetra misteriosa de las sombras;
Mientras la arena del da
Con sus belfos funerales
Embalsama la posible certidumbre
De la niebla corroda de espectros.
Quin desat estos dos instantes
de una misma cara?
Desde tiempos venan sonando
Como utensilios,
En la clorofila
De su crepitar inaccesible.
Y eran en el fuego total,
Nutridos senos de amamantados poros:
Hogueras inclementes de cortejos
En una cinaga nupcial de archipilagos.
Ahora el hombre carga
Su pasmosa vida
De severas babas estridentes
Como un atuendo
De aluviones desencadenados.
OTRA VEZ ANTE LOS DOBLEGADOS MIEMBROS.
Otra vez ante los doblegados miembros,
Ardidos al llegar la hora final
De la fosforescente piel
Que vocifera
En las murallas de los prpados,
En la orilla
De los vulos y espermas martiriales.
De su cortejo
Descienden bodas muertas,
Arcngeles con figura de pjaros
Que fructifican
En los bhos de la muerte,
En los altos nidos de la bruma desgarrada.
Cantan en la noche los grillos
Rasgando el misterio
De una guitarra desparramada
En la caducidad de desalmados mrmoles.
Slo las cortinas de mis libros
―ahora cama de tibias frazadas―
me acompaan
con la lluvia de sus abedules,
con la dulcedumbre
de sus infinitas lmparas.
Por el aire de medianoche
Las almas pasan inadvertidas,
Como flores sin olor:
Van sin el color natural de la policroma;
La penumbra seca
Re con sarcasmo
En las palomas descalzas de la muerte.
No digo miedo a esta porcelana
Engusanada de temblorosas rfagas
Sino simplemente
Que la luz cay en el cuenco de los atades,
En el exasperado anillo de las candelas.
No digo miedo a na tiniebla de los lirios,
Sino simplemente
Que la noche es hacinada
Por difuntos, por agnicas cebollas
Y por almirantes de fuegos enterrados.
ENTRE LA CALMA Y EL OCEANO DE LOS UMBRALES.
Estoy entre la calma
Y el ocano de los umbrales.
Este camino de oscuros pantanos
Trae garfios
En la vertiente de sus poros
Dejando descarnada
La lluvia de los sueos,
La piel adscrita de los condenados.
Bajo la cal de este acogedor responso
La sacra luz de los huesos
Sirve de arquitectura
Para la trabajosa
Filosofa de los cipreses;
La fuerza de la vida
Unge el agua de estos dolores
Hasta que muerte y latidos
Derrumban
Los gusanos infectos de las entraas.
As he ido madurando
La muerte en estos versos
Saliendo con alborada de senos
Para entrar en el cuenco
De los charcos, de la miel, del veneno
En el ntimo secreto
De aves migratorias
Que andan en el fuego de los calendarios,
En los sin nombres
Transparentes del instinto.
PALABRAS DEL AUTOR
En este poemario he recogido una serie de poemas escritos convulsiva y compulsivamente durante dos das del ao 1989; todos ellos, tienen que ver con la desazn que producen las devastadoras guerras y los conflictos sociales que se interiorizan a fuerza de vivirlas o vivirlos: la realidad histrica con todas sus fantasas posibles y, a veces, inimaginables.
Esta realidad que se plantea en el libro, ―ante todo la realidad poltica salvadorea de los ltimos tiempos―, ha incidido tanto y estigmatizado a la sociedad, en especial al artista, cualesquiera sea su filiacin poltica e ideolgica. A travs de la palabra y, la opcin por la misma, se va desencadenando la reflexin, el sentir del poeta. Lo hago deshilvanando los hilos de la memoria, y los signos patticos del tiempo para edificar una roca: la palabra escrita que por su naturaleza se torna en una vasija de llamas intemporales.
Basten, entonces, estas mnimas disquisiciones para decir que la poesa presupone toda una cosmovisin que el poeta no puede soslayar. Sera negar la sustancia primera de la poesa y la unidad vida/pensamiento del poeta. De esta forma ste realiza esa comunin con un mundo total: la vida humana con sus verdes campos o sus desgarradas aberturas de ceniza.
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