Conocí en las alegres
horas de mi infancia
el paso de las nubes
de formas caprichosas
con gigantes cabezones,
enanos muy aviesos,
ríos de miel y sus cascadas
muy rumbosas y hechizadas.
Me senté en anchas piedras
del camino, en los lomos
de las pacas ya resecas,
en las ramas del prirul
que se mecen como hamacas,
para ver siempre a lo lejos
a las vacas que rumiaban
en los campos, ya preñadas.
Sentí en mis hombros
del cielo su amplia comba,
y del mar siempre hechicero
el estruendo de sus olas,
de la soledad nocturna
sus fantasmas y a los duendes,
de los resecos campos
sus veredas desoladas.
Caminé entre cardos
y amarillos girasoles,
para llevarle a mi madre
albas rosas, heliotropos,
relucientes margaritas,
pensamientos y violetas
en el mimbre de mi cesta
con camelias perfumadas.
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