Amé tu vida insaciable de ternuras
en la danza de tus horas
y supe amarla en la noche suave y santa
de tu esférico corpiño
en la alcoba ardiente y solitaria
del mosto de tus carnes fatigadas.
Amé el rojo y carmesí de aquellos labios
de suave arquitectura
y amé también tus balsámicas notas
del ensayo de tu ojos.
Amé tu voz radiante y agorera
de tono memorable
sensible como noria…
la chispa de tus labios, tus costumbres,
la luz de tus ojeras …
tus manos encendidas de presagios
y al pronto trepidar de pesadumbre.
Amé también la luz cuando se apaga
en el segundo absurdo…
del toque de tu almohada
y en los juegos de fastos malabares,
el signo temerario
de la penumbra hiriente, desolada,
de tu alcoba con todos sus pesares.
Y supe amar también
los lirios peregrinos del momento,
el paso alucinante,
la tregua que invita a esconder los atavismos…
la mies tan arrogante
del ocaso vencido y tan extraño…
el destino sin fondo y siempre ciego
del tiempo tamizado por el viento.
Gozar, vivir aquella dicha pura…
fuese la insignia amiga de mis pasos;
besar sin amargura,
pintar con frenesí todos mis trazos.
¡Sí..! supe amar también
tus ojos tiernos…
la fiebre cardinal del pensamiento,
el bosque con tus hadas
y siempre sin perder el sentimiento
amé en tu mar las rocas hechizadas.
Y supe bien amar… a tus silencios,
al tumbo de las olas …
al salto de desdichas e impiedades,
al tono de los vientos;
amé al filo de todas las palabras
y al basto titilar de lo profano,
y así de tanto amar
pude comerme al mundo a dentelladas.
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