Díjole el mar a la creciente luna
las cuitas escondidas del momento
en las fatigas de la blanca bruma.
Y quiso con fulgor clarividente
la luna contestar, en un letargo
casi eterno y tal vez ambivalente.
Cayó entonces en lo más amargo
en la danza rugiente de la playa
y pudo subsistir… tan sin embargo.
Y fue la mar ante la luna llena
el horizonte del festín lejano
con sus olas, la faz tibia y risueña
que fue lavando con pesar profano.
Y en ese trepidar de tantas olas
díole el mar a la creciente luna
sus vocingleros llantos y pesares
y en esa tibia noche cual ninguna
se escondió la luna... al besar tu mano.
|