Celebraré en cuaresma el corolario
de entregar mis bajeles de la brega
al urólogo anárquico que llega
en plena lobreguez de mi santuario.
Silenciado el bacín del urinario
en el bastión de aquella cruel entrega,
la mesa del doctor de orín se anega
como copa de alegre tabernario.
La uretra ha destapado en cruel suspenso
el médico que ya ni parpadea
mostrándole al enfermo el nuevo oriente.
Y la suave micción, cual río intenso
inunda sin piedad toda la aldea
con el vivaz bullir de clara fuente.
|