En el pedestal de roca
vi a lo lejos tu figura,
con la falda volandera
y los percales unidos
acariciaban tus muslos.
El suave viento golpeaba
esa llama de tus ojos.
Cuanta luz en la pradera,
cuanta soledad creciente
en tu mirada lánguida.
Entornaste la mirada
y aquel duende prisionero
escondió sus suaves manos
en el tul de tu conciencia
y el balcón de su delirio.
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