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Hoy me gusta el cinismo de tus ojos
porque miran con altivez, con certeza
de saberse vistos y además por
ese brillo de quebranto que me deja
siempre perplejo y dubitativo.
Profundos como caja de presagios
y tienen los matices encontrados
de los techos de zinc de las montañas
de café del Soconusco, húmedas,
tímidas y alegremente tiernas, pero
erguidas al sol y a la distancia abierta.
Me gustan esos ojos
y también sus letargos
dormilones y de pestañas largas.
Un suspiro de dama siempre te ennoblece,
triste y altiva, muy del siglo diez y nueve,
de crinolinas blancas y de alondras grises.
No caben en tu cara y por eso me
parecen insondables, sobrecogedores;
sorprendidos cuando divisan… sí cuando
divisan a lo lejos el atrevimiento de
insolentes y lejanas miradas. Sonríen
entonces y se vuelven flores silvestres
o como aves del cristal de mis ventanas
tus acogedores, silenciosos y prisioneros ojos,
abren las goteras azules de mi alma.
Me gusta ese cinismo tan rico de matices
que me sorprende mudo e incapaz del olvido.
Inercias y quebrantos de un dejo muy antiguo
el de esa tu mirada. ¡Qué ojos tan profundos…!
Hoy me miran y vencen el toque del silencio…
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