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En esas sombras grises
de oropeles inciertos
arrogantes como el miedo
surge aquella lágrima
vestida de apariencia.
Esa lágrima muerta
casi indecente
en todo caso incierta.
No siempre el llanto
fue dolor y sufrimiento
ni alegría ni secreto.
Por eso mis silencios
se agrandan en mi adentro
y se cansan
fustigados por esas cosas
las más pequeñas
las de todos los días
que marcan rumbos
arrullando un devenir
de ocasos y arlequines.
Me niego por lo tanto
a ser la circunstancia
que olvida que el amor
no es ningún juego
que la amistad y el vino
fueron muertos por el odio
y aquí me quedo
soñando con estrellas
y con mi copa rota
brindando por ese cielo
que escondido de todos
me ilumina.
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