Del incesante color,
de la dulce primavera,
una hermosa violeta,
me llena de dolor.
La acaricié con mis ojos,
lloré y me dió tristeza,
no me pude contener,
yo sé que estaba muerta.
La arranqué de su prisión,
la liberé de su celda,
y la acarqué a ese cielo,
donde brillan las estrellas.
Y Dios al ver el cariño,
al verme llena de pena,
hizo de mis lágrimas,
pétalos de violetas.
Y cayendo sobre la flor,
vivió y fue eterna,
dentro de mi corazón,
como si en él naciera.
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