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Julio Serrano Castillejos


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Los poetas

Detalle de Retrato doble por Raphael

Los poetas

por Julio Serrano Castillejos




LOS POETAS

Los poetas evidentemente sufrimos de algún desequilibrio mental
pues nos gusta la naturaleza, el vuelo de los insectos, la lluvia, la estampida de los búfalos y lloramos si vemos sufrir a un niño o a una madre desamparada. Nos emociona una noche de luna llena y la humanidad de un beso.

Somos unos perfectos reaccionarios y la mejor prueba de ello está en la forma como calificamos
-con nuestros versos- las injusticias,
las escorias de la política y la riqueza ostensible ante el hambre lacerante de los habitantes de Biafra. La venalidad de un juez nos da asco y nos deleita la sencillez y la probidad.

Traemos la locura metida en la cabeza para defender la vida silvestre incluida la de plantas y animales. A los cazadores los consideramos entes perdidos en el mar de la violencia y vemos con infinita tristeza como privan de la vida a un ave, a un ciervo o a cualquier ser viviente por el mero placer de convertir al crimen en un deporte. Defendemos el entorno de la naturaleza y preferimos echarnos a la bolsa de nuestra ropa la basura para no tirarla en las calles.

Cuando se extingan los poetas ¿quién cantará a los bellos ojos de una mujer? ¿Quién tocará con sus palabras la fibra más sensible
de los hombres de bien?

Seguramente Walt Whitman debió morir confinado en un manicomio por creer que "el otoño y el invierno están en los sueños" y a
Amado Nervo lo debieron condenar a cadena perpetua cuando dijo: "Nadie debe gozar de lo superfluo mientras alguien carezca de lo estricto".

Inclusive, ser poeta nunca ha sido un buen negocio a diferencia de un ensayista, un dramaturgo, un novelista o un guionista cinematográfico, pues estos cobran amplias regalías y ven sus nombres escritos en las marquesinas. El poeta aspira a estampar sus apellidos en blancas lápidas, en homenajes mortuorios y en libros que nunca conocerá en vida.

La fabulosa expansión de la poesía regularmente nunca la conoce su autor ni se beneficia de ella, pero como el poeta no aspira
a la gloria de los reconocimientos se conforma con la sugestiva música y el ritmo de sus versos, con el éxtasis de inspirar alegrías ajenas, con la marejada de frases que le vienen a la mente y con el hecho de saberse un consentido de Dios.




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