Aquí me quedé en este pedazo
De tierra para luego nacer.
Para luego morir, para saber
Que la vida es luz diseminada
En el telón de los días que pasan.
Los he visto en las celosías del instinto.
El suspiro. El gemido. El suplicio.
A veces sus brebajes ciegan
El iris y amenguan el vuelo.
A veces no hay certeza de Nada
−y con el pecho sobresaltado−
hay que caminar, y andar a tientas.
Sólo así la Esperanza carece de cronómetro
Y el invierno o el verano
Puedan dibujar sueños
En las ramas del trajín cotidiano.
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