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ausencia azurina que devora el viento
de sus manos, insectuosa surge una voz
horada la memoria su eco carnal
como niño recién nacido
sin alimento ni llanto febril
la voz del silencio ferviente
en la casi frutalidad de la lluvia
alfiletero de brillantes, líquido
rezongo de la tierra respirando
desde arriba, extraños ruidos sin cáliz
que exhortan a los hombres a permanecer
ocultos, los ojos que ríen, devotas
las alas de las mariposas, sus colores
lavados en lo alto de las casas, sin olas
de agua su silencio calla y se acerca
amo del cuerpo una palabra, lancinante
musical de implícito recuerdo, viento
habitante del aire donde cabe la luz
un bosque peregrino de dádivas y almas
nubes, ondulantes caballos del aire
que mojan justo el día en que no existo
soy el cofre donde convergen frescos
la nada brumada, el sol ardiente
una pradera quebrada y simple
una rama que se repite insaciable
una brusca sensación de tu alma
soy, simplemente el suelo que pisas
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