Hagamos música que nos derrame
en el ritmo de tres o cuatro tiempos,
una sonata, que le hable a la luna,
de nuestras voces, de sudor y aliento,
de luces celestiales para amantes.
Hagamos esa música sin prisa,
en el teclado de la noche ansiosa,
para quizás más tarde sucumbir
al cómplice compás del desenfreno,
scherzo ininterrumpido,
allegretto, orquestado en las estrellas.
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