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Soles de cristales esmeralda que desgarran mi agonía;
perros verdes de irascible mordida,
pelaje de algas y embate de mar enfurecido.
Soy su estampa, la carne entre sus dientes
que detiene el espíritu en su sombra,
soy presa fácil de su boca sedienta.
Sucumbo ante el ladrido que lame mis pupilas,
al trotar de esa mirada en sus fauces:
pócima que hierve en la sangre.
¡Muerdan malditos! ¡Sacien en mí!
Perros verdes… guardianes de mi estancia
¡Denme su color de manzana!, el olor a cereza virgen,
el jadeo en la piel que se encrespa sumisa y viril.
Posen su iris en mi pecho y podrán ver
un corazón licántropo con alma de bambú,
como un espejo de afilados colmillos degustando su embestida.
...a esos ojos verdes.
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