Te veo en las contradicciones que desgarran,
en la raída piel del tiempo:
en la incapaz sonrisa que olvida todo
y reaparece a cualquier llamado.
Quisiera no verte más, pero me sigues en las muecas del día,
entre el forzado viento y la perentoria noche,
entre confusos y fugaces destellos de un cielo sepia,
hijo de la cobarde tarde que se escurre en la tinta de un sueño.
Te siento en las cosas más simples:
en el pardo color de la hojarasca,
en el terso algodón de una mañana gris,
en la arena que alguna vez sostuvo tu nombre;
que quiero olvidar y olvidar no puedo.
Te veo en la ciega memoria de los actos,
con tus pechos, mojados de mí.
Y me veo ausente de tus labios,
en la sed escondida, vestida en distancia.
Aún de párpados cubierta, la mirada, desechada, te persigue;
y conjura contra la razón, ahogada de cómos y porqués,
en la desnuda y viscosa mentira de esa silueta que aún veo;
que desvanece en el deseo, de los brazos de un adiós.
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