Si la diferencia es hermosura y riqueza,
entusiasmo y humana necesidad;
la desigualdad es todo lo contrario:
es crueldad y pobreza, desilusión
y fatal realidad para nuestra evolución
hacia la armonía y la convivencia.
Qué suerte para los poderosos
que en el lenguaje sean sinónimos
y así puedan argumentar la violencia
para su protección y seguridad,
promoviendo la discriminación
sea por sexo, por raza o por creencias.
Ha de ser la libre comunicación la que abra
el diálogo, el intercambio y la tolerancia.
Y la pluralidad la que construya el armazón
de una nueva humanidad amable y solidaria
que destierre la imposición por la fuerza,
por el terror de la agresión y de la guerra.
Y si no, mientras tanto, abramos los brazos,
soltemos las piernas y bailemos sin parar,
convencidos en nuestros cuerpos y almas
que todo lo bueno con esperanza podrá llegar
si cada vez somos más los pequeños pedazos
que unidos conformen una nueva realidad.
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