Se llenaron los aparcamientos de silencio
y sus cristales abrieron las fronteras
para las aves que buscan albergue.
El tiempo se detuvo en las maquinas
y una perpetua calma de domingo
comulga con las pardes de la vieja
fábrica.
Para el olvido quedaron los libros de pedidos,
la lucha con el crono y los
sueños que nunca tuvieron ojos.
Un olor a tiempo oxidado
y el polvo acumulado en
el viejo calibre junto al
torno de la vida,
toman la medida al
día que pasa.
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