Leche y miel tenía mi piel bronceada
de mis años infantiles de Acapulco
en donde pude jugar
con las naves del olvido
e infinitas tempestades
venidas de los mares,
del bien querer de los besos de mis padres
que en las playas de Caleta y Caletilla
sembraron en la arena las banderas
que fueran el aliento de mis tardes.
Jugué con las brasas del anafre en
la playa llamada Manzanillo
y puse el pie desnudo en el fuego
incandescente
peligroso e infectante y al sentir la herida
corrí llorando hacia mi madre
y con suaves besos mitigó el dolor que arde
y mi llanto de niño que siente
la molicie de la sangre.
Leche y miel tenía mi mansedumbre
extasiada en las cumbres de la aurora
y la sombra del árbol tan erguido…
era el sueño de mis noches
y también era mi abrigo
la línea que dibuja el horizonte
la puerta de la casa de un amigo
la encendida figura que alimenta
y el musgo verde de las ramas de mi nido.
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