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Le puedo regalar a la tristeza
de mi ventana los cristales rotos,
las norias secas
y la veredas tenebrosas del camino
la voz distante
y el grito del errante peregrino.
Le puedo regalar al horizonte
las sombras de llanuras del poniente
el sol de la rivera
las hojas de la aurora, dignamente
los bosques con encinos milenarios
y el paso sentencioso de mis años.
Le puedo regalar a los senderos
los cantos empolvados del camino,
los altos pinos…
las huellas de ateridos labradores
que siembran sus semillas para siempre
y el paso de las damas y señores.
Le puedo regalar a la distancia
la esquela de mi tiempo, las llanuras
de un valle hermoso
el rabioso ventisquero de la cumbre,
de la luna la dulzura
con su alba y brillante mansedumbre.
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