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Recostada en la blanca y mullida
almohada me recibes amorosa
con tus ojos sugestivamente tristes
como el alba de todos los diciembres,
con esas manos firmes
como un toque de queda
y con tu imagen seductora
de mujer franca y enhiesta.
Entornas tu mirada
hacia el hueco de la puerta
y me obsequias tu presencia
de párpados azules y sutiles.
A lo lejos, un jazz nocturno penetra
los sentidos y se cuela sigilosamente
por la alcoba, en donde la mesa,
guarda las copas de champaña.
La hielera escarchada, espera
el vals de nuestras dos almas
y el trepidar de tu aliento, que corre
soberanamente hasta traspasar paredes,
y luego, hasta serenar el alma.
Entonces te beso, y como una ventisca
cae tu corpiño suavemente,
cual candoroso copo de nieve y como
ala de paloma amorosa y tierna.
Sensualmente, recostada en la almohada
de tu lecho, me despides con un ademán
al aire y con tu elocuente señorío,
y así muere sigilosa la noche, para siempre.
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