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Sabré tal vez a quien cantar mis penas
de los motivos rumbosos de la vida
y a quien medirle su estatura,
la plenitud lozana
la inmensidad del alma
y el latido tan amargo de mis venas.
Al tiempo tempestuoso he de entregarle
los frutos de mi llanto entumecido
y el verde del follaje de mi nido.
He de llorar las penas del terruño,
con voz de un niño
y el duelo del cansado peregrino.
Sabré tal vez a quien decir mis cuitas
con venturosa voz… cantarlas todas
gritarlas con dolor… enajenado,
sufrirlas en la cumbre más marchita
en la creciente cruz
del tiempo con razón… ensimismado.
Cantar las penas no precisa
cortarle al alma sus señales
ni manchar tampoco su blancura,
es menester alzar el vuelo
hacia la roca oscuras y sus breñales
y con coraje y digna compostura.
Llorar con la verdad suprema
las notas cadenciosas de la vida
dejar sin florecer el anatema
y darle vida a los colores claros,
la puerta abierta y transparente
del esfumino azul de un poema.
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