Ya encendido el tizón del cruel lamento
en la pasión confusa
de aquella puerta abierta como herida
y a cambio de tu vida
peina la tarde por demás difusa
la cordillera azul y el mar violento.
No oigo responsos ni fugaces gritos
en lo alto de la cumbre
donde brotara el eco de embeleso
y sea tal vez por eso
muy obstinada, audaz, esa costumbre
de darle al tiempo sus sagrados ritos.
Se ablanda el corazón en la caricia
de tu alma amotinada,
en el loco fragor de aquel momento
y mientras vuela el viento
te pierdes en la nada
sin dolores ni tratos de malicia.
En la convulsa soledad, muy pura
la herida redimida
con desplante de hierro refulgente
escribirá en tu frente
la historia de tu vida
en un canto gracioso y de hermosura.
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