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Savia y fruta tenía el desafío
del húmedo aposento de mis cuitas
y por eso pintado en carbonilla
el lago reflejaba escalofrío
en la penumbra aciaga
de mis horas tan mías y marchitas.
El silencio más grande que la noche
apagaba el derroche tan sumiso
y un par de madreselvas
sembradas en el río
brindáronme el broche
del manto de una hurí del paraíso.
A lo lejos, un barco iluminado
por la luna… por esa luna nueva,
con la loca inclemencia de su quilla
rompió la espesa bruma,
como se quiebra
el último trasunto de una pena.
Savia y fruta tenía el clamor erguido
de todos los encantos
que van reverdeciendo en el olvido,
savia y fruta tenían las tempestades
que esconden la mentira
y el bálsamo tan suave…
que al ser tan dulce y bueno
es montaña y nido de mis aves.
El golpe más supremo del destino,
balcón de mis tributos
y hechura enardecida de batallas…
rindiese a los misterios más floridos
sus frutos y su savia,
sus playas… y sus mitos…
sus voces y suspensos
y el campo victorioso de atalayas.
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