Cuanta pudibundez en la lejana
y diametral
sonrisa de tu rostro y en el abordaje
albo y cauto
quebrado de tus manos.
El aire arenoso del invierno
sin rubores
enmarcaba la parsimonia de tus pasos
prodigiosos
y la alquimia de los charcos.
Recostada sobre el viento
tú serenamente
mirabas la vitrina de mis ojos
y para siempre
el carisma de la tarde ensombrecida.
Cayó la rodaja de tus labios
con cautela
sobre mi mejilla ardiente
y así tu broche bordó mi simetría.
Más pudibunda que la noche tibia
cayó la lobreguez
y en mi pecho escribiste
tu ardiente y suave caligrafía.
II
Cuanta pudibundez en la lejana
sonrisa de tu rostro y en el abordaje
quebrado de tus manos.
El aire arenoso del invierno
enmarcaba la parsimonía de tus pasos
y la alquimia de los charcos.
Recostada sobre el viento
mirabas la vitrina de mis ojos
y el carisma de la tarde ensombrecida.
Cayó la rodaja de tus labios
sobre mi mejilla ardiente
y así tu broche bordó mi simetría.
Más pudibunda que la noche tibia
en mi pecho escribiste
tu ardiente y suave caligrafía.
III
Cuanta pudibundez en la lejana
y diametral
sonrisa de tu rostro y en el abordaje
albo y cauto
quebrado de tus manos.
El aire arenoso del invierno
sin rubores
enmarcaba la parsimonia de tus pasos
prodigiosos
y la alquimia de los charcos.
Recostada sobre el viento
tú serenamente
mirabas la vitrina de mis ojos
y para siempre
el karma de la tarde ensombrecida
en el rictus de mi mente.
Cayó la rodaja de tus labios
con cautela
como ave herida
y sobre mi mejilla ardiente
se cerró el broche de tu beso
al bordar tu invisible simetría.
Más pudibunda que la noche tibia
cayó la lobreguez
de tu corpiño
y en mi pecho escribiste
con ardiente encanto
tu preciosa y suave caligrafía.
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