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Algún día despertarás
tan lejos de mi pecho y de mis besos
sin sentir en tu alma mi presencia.
Y lejos de tu sombra
tal vez caminaré
en el porche pagano y sin esencia
como oscuro fantasma
traslúcido, fugaz y siempre lento.
Un día despertarás
sin la nota de aquellas mis palabras,
sin el ruido matinal
del ambiguo cajón de mis tristezas.
A tu lado, mi almohada,
llenará el vacío de mi cabeza,
la faz del sentimiento…
la firme saciedad tan polvorienta.
Y me estará prohibido
tocar tus manos,
acariciar la seda de tu pelo,
y mirar el místico rigor de aquellos ojos
y la doliente sed del pensamiento.
Los fantasmas amamos
las horas en la nada, incisivas,
la rima que desgaja
secuelas con contraste y hacia arriba.
Amamos desde luego
el vendaval azul del firmamento,
la palabra de Dios
y el tibio temporal de nuestro cielo.
Algún día despertarás
sin escuchar mis voces
ni el toque de nudillos en tu puerta.
La endeble terquedad de mis pasiones
será solo un recuerdo…
quimera muy distante,
la huella del entierro de mis cosas
y aviso de tus nuevos avatares.
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