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La primavera del pensamiento
nace en la infancia y es como
un pájaro herido pues quiere
volar y no puede, pero aprende
rápido y deja constancia de sus
múltiples fracasos.
A continuación se aparece el
verano, esa etapa de calor
tropical con el sol en plenitud
y las luces de la aurora tan
firme como una palmera que
del desierto toma las gotas del
agua perdida en las dunas y las
aprovecha con sed de náufrago.
El otoño es dorado, sin calor
ni frio y se adelanta a la muerte,
sonríe a la vida misma y se
burla de su propia suerte. Sus
ocres le dan profundidad señera
y lo visten color de oro.
El invierno cae como crisálida fria y
seca y de ahí nace una mariposa
que ha de posarse en su propia tumba
y en las vertientes del tiempo para
salpicar con el polvo de sus alas a
las sombras del infinito.
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