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Pirámide de arrullo
y corona que flota en la resaca,
archivo de mis besos.
Mujer que ríe y canta desdoblada en dolores,
espejo de mis noches y miel en mi garganta
rendiste para mí los tiestos de mil flores.
Ventana de aurorales
herida con su voz que luego alienta
el campo de mis males.
Me encanta tu sonrisa, la prisa de tus pasos,
el ser fecundo de tu limpio vientre…
y tu silencio taciturno de presurosa calma.
Tu fresca llamarada en la vertiente oscura
ilumina con ansias
a todos los faroles que penden de mi alma.
Toque de aurora franca tiene tu cauda errante,
y tu fecundo ser también me ata,
tus manos son andamios rosados y hechiceros.
¿Qué palio suave puso la hiel en tus pesares
cercano a tus abriles y en todos tus eneros?
Regálame el vértice de tu pradera umbría,
el péndulo del tiempo,
la planta de tus pies y el fondo de tu aliento.
Y en tu virtud secreta que fluye de la hoguera,
las aves lloran su suave serenata,
el manto de tu instante, la cruz de tu lamento.
Hoy y siempre serás pirámide de arrullo
en la hojarasca inerte de mi pesado velo,
en el sagrado lecho de la nada.
Una mirada franca, la voz de tu embeleso…
y besaré entonces los surcos de tu pelo.
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