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Piedra y luna tenía mi orfebrería
en mi lejana infancia
aquel campo plagado de dilemas.
Era mi suerte de fragancia buena
con pasos como el manto de la noche:
fervoroso y eterno,
de estrellas lleno… limpio de anatemas.
Así pude pulir con mano firme
los pliegues de las horas pasajeras
que duermen en la nada
de aquella primavera entre mis frondas,
fue temporal de luces y palabras
forjado como libro de la ciencia.
Nadé en el ancho río de mi pueblo
como un arcano que sin rumbo vuela.
De joven de mirada taciturna
y noche apasionada
fugaz efervescencia,
fui cadalso sin notas de blasfemias,
jinete sin potranca y sin camino
y un pedazo de sol en la rivera.
Las mujeres galanas me pidieron
con entintados ojos enmohecidos
darles mis nocturnos
en las fuentes de ferias pueblerinas
y quemando mis naves prisioneras.
¡0h..! Cuánta soledad, cuanta miseria
en el negro almanaque de mi espera
y en la urdimbre plagada de entelequias.
Ayer crecí, fraguado entre las olas
de una familia antes tan completa
en las piadosas manos de mi abuela,
sin mis padres y cerca de la escuela
de formas lisonjeras
en donde pude trasponer los mares.
Pero mi destino era ser feliz
y enfrentar la vida sin sorpresas…
aquella dulce vida
de estirpe solitaria y tormentosa
sediento del abrigo
de los fantasmas del solar nativo.
El ave busca la doliente rama
y el hombre la crispante enredadera.
Hoy gozo feliz mis maduros pasos
y bebiendo en la fuente del destino
el jugo de los años
de mi fogosa fértil geografía
de ventanas de cuitas y nostalgias,
de ilusiones proclives como espiga.
Venturosa ilusión de ver el día
con sus toques de sangre y entusiasmo
al borde del camino
que colme de mi boca la entereza.
Ya besaré las lágrimas piadosas
que arranquen estos versos tormentosos…
la piel tal vez reseca
sin futuro sin hoy y sin pasado.
Yo disfruto la laxitud que fuera
oh sombra transitoria del silencio
pupila de los tiempos de mi espera.
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