Las metas se agudizan
cuando el tiempo es hondo y más sublime
en el proyecto eterno de las cosas.
La suerte se reprime
si al tiempo le marcamos el paso de las horas.
La tarde desolada
es vórtice del alma inquieta
y horizonte que delinea la montaña.
El mar y su caricia
ilustran el contorno de nuestras horas muertas.
El sol brilla taciturno
sobre las aceras enfiladas
de la ciudad eterna y mística
y vence las delicias del alma ilusionada
en el sopor del tiempo.
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