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El toque de las horas quebrose en la distancia
como nota de un clarín que gime, canta y clama.
La miel de sus contornos se unió con mis penas
cuando besé su boca de grana dulce y franca
Sus hombros siempre quietos brillaban como soles
en la tibia rigidez de sombras en la nada.
Su juventud rumbosa de limpia rosa blanca
fue espiga palpitante y savia cincelada.
Llegó de las veredas de un campo de fragancias
y en esa noche frágil la luna fue tan grata.
¡Las palmas de sus manos… el roce de su vientre …
sus gestos tan humanos… su voz muy bien timbrada..!
Con ojos majestuosos miraba la campiña
y el viento de reflejos sus iris matizaba.
Me dio a borbotones su vida efervescente,
bendita juventud… tan suave y delicada.
Brindé mi amor eterno tal vez enajenado
con esa fiebre loca… color de verde agua.
Partí mi cuerpo en dos al roce de sus dedos
y fui capaz entonces de darle mis entrañas.
Su regia juventud estaba en mi presencia…
en esa noche eterna que gozan los que aman.
Cedieron las pasiones al paso de las horas.
Se fue agotando el tiempo. ¡Vivió gozosa mi alma..!
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