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De tanto pasar por los mismos
baches me los he aprendido de memoria.
Hay uno que me saluda todas las mañanas
y parece decirme: -Adiós Julio.
¿Porqué tanta prisa?
Lo rodeo para no pisarlo
y el asfalto parece agradecer
ese detalle de amistad con sus vahos
de mañana tibia y los vapores
alcalinos de la arena que cubre las aceras.
De tanto ver a la misma ciudad
rumiando sus tristezas y su sol de siempre
la siento prendida a mí como alfiler
a la solapa de un traje raído, o como un fistol
de corbata ancha, arrugada y vieja.
La anciana de la esquina vende noticias
y regala su pobreza a los transeúntes.
Los ve con esa mirada de abuela
alcahueta y con la serenidad pausada
propia de sus ojos débiles y eternos.
Su desdentada boca reparte sonrisas
y sus manos manchadas de tinta
acentúan las arrugas y reciben monedas
que luego caen en la bolsa de su delantal.
De tanto pasar por los mismos
baches ya son mis amigos.
Hay uno al que mañana le haré
su fiesta de cumpleaños con pastel
y dos velas cual cirios pascuales.
En época de lluvia anida peces
y en las estaciones secas es escondite
de salamandras y lagartijas.
Es mi bache favorito.
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