Morir, morir en la calle
con las manos siempre quietas,
lejos del toro y del ruedo
y lejos de las tormentas.
Me quema así el sentimiento
de sólo pensar en no verla,
se me pudren las entrañas
y se me encasta la lengua.
Fui torero de tronío
en plaza grande y pequeña,
dejé en los cosos mi vida
y supe lidiar en la arena.
Que me hagan un monumento
y cincelen en la piedra
su nombre con mis penares
y me lleven a la tierra.
Que sepa la pobre ingrata
que tengo el dolor a cuestas
no por las muchas cornadas
ni por la herida en mi vena.
Que le informen en su casa
que no me mata la hiedra,
pero sí otras razones
y tantas cosas secretas.
Su indiferencia me duele
más que catorce cornadas,
cuando se encienden sus ojos
suspiro por una mirada.
Pero no la he de ver
nunca en manos ajenas,
pues prefiero quedar ciego
a soportar esa pena.
Los toros me maltrataron
con su furor y porfía,
pero esta me está matando
con su desdén. ¡Madre mía..!
Una copla me cantaron
sus ojos tan negros y tersos
por eso me estoy muriendo
tan lejos yo de sus besos.
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