Te diste al mundo entre maderos
y una corona de espinas saturada
del odio de una plebe empecinada
en rencores y en instintos fieros.
Ya clavado en la cruz pediste al Padre
para tus hijos el perdón clemente,
mientras perlabas tu divina frente
de esa sangre que hasta hoy nos arde.
Por eso al verte siempre fatigado
en este mundo plagado de miserias,
quisiera estar también crucificado
escociendo así de dolor mis venas
con vinagre y sudor en las arterias
para entender el tamaño de tus penas.
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