Llegamos por fin al tálamo de amor
después de sinuoso y calamitoso viaje,
conduciendo por único equipaje
de Cuernavaca el aroma y su color.
Después, recibimos perplejos los maitines
de pájaros cantores y agoreros
y exigimos alimentos mañaneros
en un jardín de marmóreos serafines.
De repente, te desvaneciste toda
rodando tu cuerpo por el suelo
y buscando extraña un consuelo,
balbuceaste el nombre de tu madre.
Yo te abracé y te besé dormida
y así después nos envolvió la tarde.
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