Tus ojos, dos luceros matinales
me iluminan como lámparas votivas
cuando en la tarde otoñal te entregas toda.
Y tus manos, cual palomas sensitivas
tocan mi frente, acarician mi sien
y dulcifican mis ensueños siderales.
Tus ojos, dos estrellas prospectivas,
en la batalla de amor son tus escudos
enhiestos y hasta de dolor ilesos,
como un reflejo de pasión silente,
cristalinos y ojerosos manantiales
en donde siempre deposité mis besos.
Y a fe sabida y sin cambiar la ciencia
de mi amor por ti concupiscente
he de besar tus ojos celestiales,
con ardiente pasión y de tal suerte
que me llene de ti toda una vida,
que me embriague de ti hasta la muerte.
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