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André Cruchaga


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FOLLAJES

Follajes

“Palabras y palabras se atropellan
dentro de mi cabeza sin dejarme
ni siquiera un resquicio de silencio
para que las entienda y las separe”.
José Bargamín

I
“A veces las palabras se vuelven espinas
y arraigan en la sangre con un dolor perfecto”.
A veces se arraigan al sueño y a lo intemporal,
A menudo, olas gigantes del mar.
Luces. Milagros. Cosechas del tiempo.
Se aprenden con asombro y también en soledad.
Encienden los labios y la calma.
Crecen en invierno con la música del agua.
Son, en mi afán, una sed de búsqueda.
Desde mi ventana las invoco como al sol.
Y vienen y van y me acarician.
Y vienen y van y me laceran.
Trascienden como húmedas vegetaciones.
Palabras como los ojos de Dios
Ardiendo en el misterio del espíritu.

II
Caen como las hojas que bota el viento,
Y en el agua del río se humedecen.
A veces parecen rechinantes como la hojarasca
O asustadizas en mi sed telúrica.
Tal vez mi propio silencio las hizo brotar,
Cauce completo de mi corazón inseguro.
¡Ah, las palabras! Empezaron a brillar
entre las piedras, con fulgor de mineral.
A través de los sueños se me dio el alfabeto;
Pronto aprendí sus misterios y chasquidos.
Luego, vocales y consonantes en plena metamorfosis
Volaron como una mariposa.
Ahora me acompañan cuando tengo frío.
Ahora me acompañan con sus cántaros
De belleza, de trueno y destino.

III
Como un gajo de papaturros
Se fueron prendiendo en mi memoria.
Ahora trepo al alfabeto como un alpinista
O como aquél distante trabajador del barro
Que moldea la materia hasta elevarla a relámpago.
¡Ah, las palabras! Ventanas, bosques, raíces, agua:
aves evasivas cantando su propio trino.
¡Ah, las palabras! Simples campanas de pueblo.
Pero también encendidas como un beso,
O un pétalo melodioso de polen
Y fértil igual que la tierra de mis ancestros.




IV
Vienen en verano como en invierno
Desde Petapa, Vainillas o El Carrizal.
Me transmutan cuando toco sus lóbulos,
Cuando toco sus poros de abeja o sus muslos de pino.
Las palabras. ¡Qué prodigio! Caen como la lluvia
E inundan con su fuego la arboleda de mis párpados:
Palabras, herbario del alfabeto: ramaje de humus;
Sueño con ellas, transparencias y catacumbas;
Vuelo con ellas por el interior de la sangre.
A veces me inundan con la tristeza del mundo.
Susurran, muerden, entran cual saeta,
Como noche también con los fogonazos de la historia,
Como luz también, para ver las llamas del tiempo.
Palabras prendiéndose del cuello de las enredaderas:
Aquí estoy en el campo y viviendo el humus
Secreto de los pinos y buscando claridad en el río Tamulasco.

V
De palabras está hecho el mundo.
Abren y cierran puertas, ventanas y portones.
Al hombre mismo que camina sobre asfalto,
Hojarascas, ciudades o praderas.
Despierto, en la noche, las veo: son gajos de estrellas;
Y en el día, simples libélulas que pastan.
Al oído suenan: parecen gorgoritos de agua.
El ojo de agua se hace oración de melancolía.
En la noche infinita galopan en secreto:
Sólo el corazón las ve cuando teje su sueño
En el perdido crepúsculo de un viajero.
Palabras con alas, suspiros y nubes:
Espejos del sueño, pasto de garzas,
Dolor que me causan cuando nombro
Este otoño de mis campanadas urgentes.


VI
En ellas “hay un niño adentro”
Que cuenta “Incertidumbres y Esperanzas”.
Se hicieron de helechos y pedernales:
Embrión humano y herencia,
Refugio del más intenso frío del hombre.
Fueron largos siglos resbalando en la historia:
En piedras, maderas y huesos, hasta tallar
La lengua con su cargamento de relámpagos.
En el suelo anduvieron buscando escondite:
El tiempo les dio religión y magia:
Herraduras para quedar indelebles en el alma.
Y así han venido en troncos raciales,
Estatura, color de piel y grupos sanguíneos.
Y así seguirán, diurnas y nocturnas,
Mientras las sueños sigan resbalando en las hojas del tiempo.

VII
La sangre, también, ha circulado en sus raíces,
El pelo, la carne, los huesos, la vivienda,
El vestido y el calzado, el trabajo y la artesanía.
Ha tallado las piedras y la madera:
Espejo extendido como el enigma del mar.
Bienvenidas, entonces, yo les abro las celosías de las ventanas
Para que festejen con la yedra, el sol o la luna
Y mis tristes desgracias que horadan los insectos.
Bienvenidas, entonces, con su olor a cuajatinta,
A ceniza, a nixtamal, a culantro y a ruda.
Primera y última arma: hachas de la boca,
Pero también fragancias inundando la tierra.
Yo las llevo siempre en mis latidos
Y en el cuaderno de mi pecho (cuaderno abierto)
Extienden sus alas para alzar el vuelo.


VIII
“No veo con los ojos: las palabras son mis ojos”.
Retinas e iris en los dedos bebiendo el tiempo.
Femeninos follajes con nubes de algodón.
Atadas a los rieles vetustos del fuego, impacientes.
Me sobreviven gracias a los senos, me amamantan.
Zumban en los oídos como un caracol nocturno
Y se alimentan de mi sangre desnutrida.
Ellas también me ayudan a reconocer a mi amada;
Navegantes de ríos y quebradas —zanjas de la tierra—
Me gustaron desde que sonaron como campanas
Y me trajeron el influjo de Hércules o Venus o Zeus.
A magia y ritual las eleva el espíritu:
Arcos irisados sobre el cielo, olas enhiestas del mar.
Hombres de maíz, confusos, callados...
Raíces de Tánatos e Hipnos, de rocío y bosque.
Yo las veo adaptadas a mis párpados en perpetua misión.


IX
Palabra que cubrió de sangre los cerros,
Los rostros, mi vida, el barrio, el porvenir.
Sin saber como la noche que se extiende
Sobre el planeta con su lengua de vaca moribunda
O como pájaro amputado de sus alas frenéticas.
Sin saber, palabras, nombro todas las cosas:
El tizne de la historia, el hollín de los mesones,
El esqueleto del reloj en el lomo de la noche,
Igual que las ramas quebradas de la Esperanza.
¡Ah, palabras! ¡Palabras! Alimento noche y día:
ojos que se cierran cuando toco su cabellera negra,
sensibles como el silencio, dolorosas como la carne.
En la garganta se vuelven viento repartido:
Pabellón Nacional en la altura de un pino,
Enarbolando la paz de todos: el vocablo, la palabra
En esta nueva brecha de magnéticas alegorías.
X
“A veces me dan ganas de llorar,
pero las suple el mar” —las lágrimas y las palabras—
que brotan de las cenizas palomas de la tarde:
humo denso que me agobia —humo de zinc—
cuando el pájaro busca su guarida
en las ramas sigilosas de la noche
y la palabra conjura en las crestas del tiempo.
Palabras que asaltan la sed y la paciencia,
El viento, los remansos, los escombros de la vida,
Los follajes y las epifanías de los sueños.
A veces la lluvia se ahueca en las tecas y eucaliptos,
Mientras las palabras —líquenes de luz —
Encarnan ese secreto del tránsito que nadie entiende,
Porque nadie puede asir su vértigo de aire.
A veces las palabras son ecos —ecos del instante —
En que somos y no somos: señales invisibles
De la sangre y de los juegos de la historia.


XI
Busco la palabra —palabra trashumante—
En la lengua vespertina que me dá el día,
Cuando el canto de los gallos está húmedo de cierzo
Y el eco hondo de los pájaros es visible.
La palabra habitada. Palabra de siglos
En el suplicio del jade: colmena del tiempo
En que se inventan sueños y soles y begonias.
Palabra fosforescente en los charcos de luz
De la historia, en la lluvia, el odio, la tortura,
País que sale de la agonía ciega e insomne
Y va como los ríos buscando las manos de la transparencia.
En mí es una llama que sazona sus legumbres,
—llama en las sienes como cimiente habitada—
por un destino mayor —fuego genésico—
que sólo se vislumbra en la hoguera inefable
de este andar, firme evidencia, tras la palabra.


XII
Extrañas palabras salieron de la emanación
Que el invierno produce en la tierra:
Aroma oscuro de cangrejos, de troncos putrefactos.
Así se formó en mí la palabra: anegada de barro,
De calcetines rotos, de pequeños balbuceos.
Hoy es brillante como la audacia de la imaginación:
Moradas, negras, blancas, crecen como la yedra.
A veces me acompañan desordenadas, pero magnéticas.
De pronto, también, se vuelven un mar inexplicable:
Cíclicas, móviles, oscuras, intrépidas, sutiles...
Me acompañan con su multitud de brasas:
Doliente, agonizante de tantos sueños e imágenes,
Voy advirtiendo ventanas: la danza purísima
De los pinos y el roquedal del Cayaguanca.
XIII
Sonoras como el mar con sus campanas.
Aleteantes como los pájaros del Bajo Lempa.
Sombrías, a veces, como la pobreza,
Ellas van, río crecido por la lluvia,
Oficiando su liturgia con las sílabas.
Trepan en lo alto de los árboles: la vida.
Extrañas guerreras en mi cuerpo. En mi sique.
Sus dedos tocan mis poros. Espejos que ven.
Sienten anónimamente. Copula la memoria.
¡Ah, fantasmas bebiendo mi sangre!
Las veo corpóreas. Se acuestan. Se precipitan.
Saltan en sus hervores como la sopa de frijoles.
Procrean dolor y alegría en su desnudez.
Esta es la razón del desafío: impetuosa
Herida que desvive. Que quebranta.
A veces me siento impotente ante su aroma
Y es por la “luz que no conozco y me embosca”...


André Cruchaga

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Publicado el: 28-04-2004
Última modificación: 00-00-0000


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