En septiembre
cuando la tarde sueña
una niña lloraba
sin consuelo posible
por el llanto
por la luz que se oculta
por un silencio roto
y la inocencia hecha pedazos.
No pudimos saber
si en en el cielo hay paredes
si en la cresta del alba
se acurruca un olvido
o se muere una aurora
entre nubes y frío.
No pudimos saber
si la niña lloraba
por la misma tristeza
por estar aterida
o vivir su presente
entre muertes perdidas.
Se durmió entre mis brazos
con la ternura propia
de un amor encendido.
Silentes los tiempos
los olvidos, las cruces
y tantas cosas pequeñas,
como la niña
como la vida
como mi propio ser
que reclinado regresa
a la casa de siempre
al corazón de seda
y a tantas otras cosas
que ahora me redimen.
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