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Ella solía asomarse en el otoño
a la ventana verde
y con cierta nostalgia
indagaba consciente
las zonas más rocosas
de su alma silente.
Siempre quiso saber
que ocurre en los misterios
y por qué en sus contornos
se produce el amor
desgarrado en el gélido hielo.
Evidencia y certeza
se antojaban iguales
y María con tino
con la furia del viento
desde aquella ventana
envolvía la fe como uníco bote
como única paga
y reía hacia dentro
sin importarle mucho
el acero de un beso enamorado.
El orden, la rutina,
la semblanza de un ser
que a golpes se desgasta
la aturdían y soñaba mentiras
y cuentas atrasadas.
Su debate interior
los confusos misterios
que encierra la palabra
torturaban sin tregua
los lugares más lúcidos
los más atrevidos
de su increíble credo atormentado.
Por tantas cosas como ésta
decidió en su ventana
calcular la desidia
de aquel misterio roto
que en sigiloso vuelo
arribó en su ventana.
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