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Con flores en el alma
vestida de inocencia
bajaba calle abajo
la niña de ojos negros
es la pequeña historia de
aquella niña triste y su muñeca
de trapos y de sueños.
La niña era muy pobre
su abrigo era el silencio
y no iba a la escuela
tampoco a catequesis.
Su mamá viajo en la noche
al norte del infierno
y cuando regresó
estaba poseída por el miedo.
Del padre no se sabe
si vivía en los muelles
en algún club de alterne
o hacía poesías.
Lo cierto es que la niña
tenía mucho frío
lloraba el desconsuelo
de saberse perdida e
indefensa en la vida.
Encontró unos cartones
en la calle tirados
y los hizo su cama
los convirtió en su nido.
Se quedó pensativa
escuchando sus dudas.
Tras verse acorralada
agarró su muñeca
con la misericordia de los niños,
con ternura
con inmensa ternura y
le habló y le dijo,
¡Sabes?
¡No llores, no merece la pena!
¡Yo te cuidaré!
Este pobre mundo,
a veces huele a dolor,
de espanto en todas partes.
La conciencia
se nos cae de las manos
y se pudre en el umbral
de las ilusiones muertas.
Era el parecer de la niña
que añadía:
el ser denominado humano
perece entre sus propias trampas
sus miserias
y se hace cosa,
objeto y pena,
y destruye el amor
y ahuyenta la misericordia...
Probablemente no sea toda la verdad,
¿Pero que importa?
¿A quien importa que la niña llore?
En esto,
desperté con el alma en la espalda.
¡Todo había sido un mal sueño!
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