Con su caríta sucia
su tez casi desnuda
cicatrices en el alma
y un camión de lata
recrea sus miserias
en la calle
en su mundo
ese mundo inocente
donde las estrellas cantan
se duerme cada noche
en una cama de cartón
y cuatro tablas.
Daniel no teme el tiempo
ni conoce el color
de la esperanza.
Aprendió muy pronto a jugar
con las sombras de la noche
con las ridículas
piruetas de payaso
de saltimbanqui.
Me duele ese niño
me rompe
me desgarra.
La luna lo protege
mientras descansa
en el barco de los sueños.
Pero la aurora no perdona
ahí está de nuevo
con la luz en el bolsillo
anunciando otro día más
tal vez más largo.
Daniel despierta del letargo,
y se encara con la vida
y sus patrañas.
Quiere salir airoso
de las primeras horas
y arremete con furia
desde su niñez amedrentada
¡Tengo hambre!
¡Tengo frío!
Y sus palabras
retumban en el silencio
¡y vuelven a su lugar de origen!
Me duele ese niño,
me desolan sus penas
su lamento.
Pero hay quien dijo:
¡Ay de los cobardes
que ignoren a los niños!
¡Más les valdría
colgarse una piedra de molino
al cuello
y arrojarse a la mar!!
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