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Las velas de aquel barco me anunciaban,
la huida de una pena hacia la nada
con cierta pesadumbre y desarraigo
volaron mil pesares hacia el cielo
y cientos de preguntas cayeron en el mar.
Busqué con mucho ahínco las respuestas,
las luchas y cansadas melodías,
las horas que murieron desgastadas
como tributo inútil perdido en la memoria.
Yo quería saber donde estaba el horizonte,
no el de todos los días sino el otro,
al que llegan campanas
y sonidos celestiales
infinitos abrazos de gente enamorada
los conspicuos ramos de flores encendidas,
las plegarias de antaño
surcando indefinidas
los otoños que abrigan
su cobarde negligencia.
Pero los hombres que como yo
buscan y buscan imposibles
no lograron encontrar lo que tal vez,
nunca se encuentra.
Entonces me di cuenta,
que el tren que lleva al infinito
no cabe en mis deseos,
no cabe en la palabra.
Que ser feliz no viene de la ley,
ni siquiera es posible decretarlo.
Buscar cada segundo,
sabiendo que un encuentro
trae como premio
la búsqueda de ayer
también la de mañana.
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