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Plaza, albero, toro y torero.
¡Mágicos elementos!
que hinchan de gozo al miedo.
El redondel semeja un pozo
de deseos de triunfo y muerte,
de obsesiones de sangres valientes.
Los tendidos parecen trágicos embozos,
bordados de encaje y mantones rojos.
En el chiquero muge la casta
echando por el hocico instinto y raza,
echando por el hocico afiladas facas
al oscuro túnel, donde la muerte despierta,
donde la muerte se alerta, se inquieta.
En la plaza la silueta del torero,
proyectándose su sombra sobre el albero.
Lirios morados y negros pensamientos
le tiñen las sienes y las venas del cuello.
Sus ojos son dos espejos hechos de hielo,
donde se refleja el toro sin conocerlo.
Su cuerpo es puro desplante.
Sus manos pinceles escondiendo arte.
Su capote una ola bravía de sol y amapolas.
¡Y ese momento tan incierto!
cuando la muerte no sabe
donde clavará sus dientes.
¡Chiquero abierto!
¡Sale el instinto al ruedo!
¡La cita se va cumpliendo!
Allí lo esperan traje de luces,
engaño y un torero con montera.
Va embistiendo burladeros,
mientras convierte a la arena
en nube de cobre molido
y a la tarde en tragedia.
Dos alas en forma de astas
y con la muerte ensartada.
Noche negra a cuatro patas
sobre un bodoque de oro
hecho ruedo... ¡hecho plaza!
¡El gran duelo ya comienza!
frente a frente ya se encuentran
Torero y toro...
¡ La inteligencia y la fuerza!
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