Cuanto placer encierra el sosiego,
el placer de la quietud del cuarto,
cuando sólo se mueve el pensamiento,
cuando sólo se siente el viento ciego
que hace bailar los sueños que albergo
mientras recuerdo un viejo soneto
en la paz que cuelga del balcón abierto
y del seco tiesto que de versos riego.
Los blancos visillos parecen bailar
una danza sensual a la diosa Vesta
sobre la tarde trigueña y de menta.
Mi ágil pluma comienza a hilar
madejas de versos en mi mesa revuelta.
Miro el entorno y me siento poeta.
Mercedes Alexandre
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