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Eres la rosa
que nace de entre las espinas,
tu naturalidad
como la más grande estrella brillas,
del viento el huracán,
y del mar el más bravío,
también eres la brisa que acaricia.
Eres coqueta joya acicalándote,
como diamante,
transparente y femenina,
también el árbol,
que a pesar de que el invierno
tu piel levante,
siempre en tu tronco,
permanecerás erguida.
Eres tú, madre,
las garras y los dientes
que de los depredadores
proteges a tus crías,
temperamento y carácter,
sensibilidad y dulzura.
En mi almohada,
se quedaron tus panales,
cuando me acunabas de niña,
cuando la distancia
se interpuso entre nosotras,
me hiciste nombrar tu reina
y me contabas cuentos de fantasía.
Cuando el paisaje se derrumbaba,
me pintabas nuevos horizontes,
y a pesar de las decepciones,
me enseñaste a perseguir mis sueños,
y llenar mis copas de ilusiones,
ahuyentando las pesadillas.
Es de tí,
de quien he aprendido
a no mirar al suelo,
levantando alto el vuelo,
y afrontar la crueldad de la vida,
cuando los caminos
terminaron en acantilados,
lanzándome a una vertiginosa caída,
siempre pude sin la ayuda de nadie,
levantarme de las ruinas.
Buena herencia me queda de tí, madre
y hoy te estoy agradecida,
gracias también por ser y estar
y por hacerme valorar la vida
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