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Ingenuo y bonachón al fin domado
el hombre dobla solo cada esquina,
buscando una cintura femenina
por la que ni reposa destronado.
Acostarse se acuesta destrozado,
como quien se tomara mal la quina
y rasgara en pedazos su rutina,
al moverse dormido desolado.
Con suerte unas caricias le consuelan,
si acaso le salpican las migajas
de unos amores tiempo ha compartidos,
y detrás de otros van que se las pelan
dejándole sufrir sus horas bajas
entre falsos supuestos y cumplidos.
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