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Como santo no soy ni lo pretendo,
en los momentos más comprometidos
tapo mis pensamientos pervertidos
porque así la cuestión mejor la entiendo.
Porque así de mis cábalas dependo,
huyo de los diabólicos silbidos
que por no ser ninguno divertidos
al más fatídico postor los vendo.
Tanto que de rezar no soy devoto,
quizás porque de niño me obligaron
a decir los misterios de rodillas,
de memoria locuaz como una moto,
y por cuya razón me castigaron
con algún bofetón en las mejillas.-
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