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Cuando la fábrica de ideas para,
y la mente dormita casi en blanco,
mejor es refugiarse en un buen banco
hasta sentir la vida menos rara.
Porque a veces nos ciega una mampara
como si fuera un lúgubre barranco
por donde no se sienta ningún flanco
que nos permita ver de forma clara.
Pues tratar de expresar los sentimientos,
si al fin no nos sentimos muy dichosos,
no tiene desde luego gracia alguna,
y menos si vivimos sin alientos
que nos ayuden a cruzar los fosos
tan oscuros de forma inoportuna.
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