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Daniel Adrián Madeiro


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VEINTICUATRO HORAS

Pongamos por caso que es la hora cero,
la señal que marca que ya es otro día,
cuando una mujer en el hemisferio
austral o boreal, da a luz una vida.
Inflexibles siguen las dos manecillas
del reloj su viaje hasta la hora una,
y atrás se quedaron biberón, papilla,
y una cama adulta reemplaza a la cuna.
Ya sobre sus piernas se mueve ligero
e independiente el ser; parlotea
y hace preguntas, y elige su juego,
y en una hora más entrará en la escuela.
Seguirá el reloj su avance severo;
el ser sentirá que el tiempo lo asedia;
será adolescente: Intelecto y fuego;
dirán las saetillas que son cuatro y media.
Se vendrá de golpe, sin pedir permiso,
el deseo ardiente de amar otra piel;
lo envolverán una y otra vez hechizos
de amor y de angustia, de dulzura y hiel.
Bastan pocas horas para muchos años
a esta alegoría que pinta la vida;
minutos de triunfos y de desengaños;
segundos de gloria y de cobardía.
Pero no detiene el tictac su rueda,
y envejece al ser a cada momento;
ya con más de veinte se afana y no juega;
son más de las siete; queda menos tiempo.
Trabaja en aquello que le dio su sino,
puede que en su sueño o en lo que encontró;
que no todos logran andar el camino
propicio que guía a la consagración.
De un momento a otro, en pocos minutos,
estará casado, pleno de alegría;
correrá su tiempo y un ser diminuto
cerca de las nueve entrará en su vida.
Andará por treinta un ser más completo,
con trabajo, amor, hijos y esperanzas,
y, junto con esto, un presentimiento:
mucho hay por hacer y es la vida escasa.
El reloj sentencia que han dado las doce,
el ser ha vivido muchas cosas nuevas,
comprendió que sólo con amor hay goce
y que, con los hijos, la vida es más plena.
Enfrentará lleno de amor a los suyos
todo desafío que se le presente;
quizá halla advertido que cada segundo
que no se vivió se va para siempre.
Crecerán sus hijos y se casarán,
poblarán arrugas la otrora tez lisa;
el tiempo sin pausa firme avanzará
y un día sus ojos verán la sonrisa
de hijos de sus hijos, su carné de abuelo,
los nietos que obligan a tejer mantillas,
a patear balones, a andar de paseo,
en tanto que avanzan las dos manecillas.
Y serán las quince y las dieciséis,
y las diecisiete y una hora más tarde
ya el trabajo fuerte será algo de ayer,
la jubilación vendrá a visitarle.
Le quedarán pocas horas al reproche,
se hará una fiesta el día por vivir,
y cuando el reloj marque medianoche
todo habrá acabado, no habrá que decir.


Daniel Adrián Madeiro

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Publicado el: 29-09-2005
Última modificación: 00-00-0000


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