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Daniel Adrián Madeiro


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EL SEPULTURERO DICE...

Todo comenzó una tarde,
el sol planeaba ocultarse,
yo jugaba entre los surcos
de la huerta de mi padre.

Redondo, rojo, sangrando,
ya moribundo, un tomate,
agonizaba en el polvo,
era imposible salvarle.
Las hormigas lo rodeaban,
lo desgarraban las aves,
muy pronto se pudriría,
lo suyo era irremediable.

Y me apenó su infortunio,
no poder darle rescate,
verlo esclavo de esa suerte
negra al rojo tomate;
y alguien catalogará
mi historia de disparate;
que ante un fruto muerto esto era
cosa cercana a un dislate,
pero no sólo por esto
mi alma empezó a inquietarse,
sino porque era uno mas
de otros hechos alarmantes.

Comprendí que aparte de
la expiración del tomate,
plagada estaba la Tierra
de muerte por todas partes:
moría el gorrión, la azucena,
el árbol de cacahuate;
fenecía el valor del oro,
si perdía sus quilates;
sucumbía en la mustia rosa
su vivo rojo granate;
por igual buenos y malos
morían en el combate;
la muerte asolaba tanto
al sabio como al orate;
y hasta yo, joven mozuelo,
un día no iba a despertarme.

Se agigantó mi temor,
no era esto insignificante.
Mi mente se percató
de esta cuestión terminante:
que un mismo suceso a todas
las cosas ha de llegarle...
la muerte.

Pero algo bueno a esto malo
al final supe encontrarle;
en ello descubrí un trabajo
que jamás iba a faltarme:
Sepulturero.

En la huerta de mi padre
el sol planeaba ocultarse;
huía con rumbo oeste,
la noche venía a matarle.
Redondo, rojo, sangrando,
ya muerto, cogí al tomate,
y cavé su sepultura.
Quiera Dios que en paz descanse.


Daniel Adrián Madeiro

Copyright © Todos los derechos reservados.

Publicado el: 10-11-2002
Última modificación: 00-00-0000


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